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Por Carlos Villota Santacruz
COLOMBIA

Internacionalista, experto en marketing de ciudad, marketing político, comunicador socialy periodista. Escritor. Ex asesor del Instituto de Turismo de Bogotá y ex asesor Internacional del Carnaval de negros y Blancos -Patrimonio de la Humanidad-

Uno de los efectos de la emergencia sanitaria del coronavirus es que los ciudadanos apuestan más por una mejor salud y un turismo de experiencia. La razón es simple. La vida es un regalo de Dios. Un viaje que debe estar alejado de las frivolidades, accesorios, prisas, parques temáticos o exageraciones del consumismo.
Este escenario se replica en Cartagena, Medellín, Bogotá o Leticia. Atrás quedó el turismo frío gris. Las ciudades están llamadas a mostrar su historia, su cultura y sus exposiciones de arte. Una hoja de ruta que debe estar acompañada de música, gastronomía y la naturaleza.
Conversando con los habitantes de la capital colombiana -propietarios de hoteles, restaurantes y lugares culturales- advierten que los turistas nacionales y extranjeros buscan un valor a la vida. Una experiencia única, alejarse de la rutina cotidiana.
Prueba de ello es que las ciudades como Cartagena, Pasto, Girardot, Yopal, Ibagué o Choachí son mucho más que turismo. Todo gracias a la llegada en marzo de 2020 del covid-19. Es oportuno recordar que el autor de este artículo es parte de la generación que sobrevivió a la pandemia. Un enemigo silencioso que aún se encuentra entre nosotros. Un hecho de salud que invita a las ciudades a innovar.
Una innovación que debe partir desde una acción política local con visión global. Con la emergencia sanitaria no solo fallecieron y se contagiaron miles de personas, sino que murió la política, centrada en la economía financiera y el poder de los partidos tradicionales.
En lo que estamos inmersos, es en la construcción de gobiernos horizontales, colaborativos, motivadores, capaces de colocar a los ciudadanos en primer lugar. Gobiernos que apunten a edificar la reinvención de las ciudades como marcas, desde una perspectiva de vida en común. La pregunta que se hacen los habitantes de Chía, Cali o Popayán es: “¿Qué ciudad queremos?”. Los jóvenes, con edades entre 18 y 28 años, no dudan en contestar : “Queremos una ciudad creativa”. Para darle vida a este modelo se debe mejorar la calidad de los servicios públicos. Un tema que en ciudades de la costa norte de Colombia es “un dolor de cabeza” por la altas tarifas de la energía eléctrica.
Esta situación -preocupante- al afectar el empleo y la competitividad, debe ser una voz de alerta para aquellas ciudades con historia, patrimonio y naturaleza. Para crear rutas que demuestren el impacto del cambio climático o abran la puerta a la lectura o la música. En mi calidad de internacionalista, experto en marketing de ciudad, ofrezco una asesoría profesional con más de una decena de proyectos, acompañado por una comunicación turística con un alto valor agregado a los ciudadanos. Su resultado es contundente. Un estilo propio de ciudad, fácilmente detectable.
Sólo a través de esta hoja de ruta, los turistas nacionales y extranjeros llegarán a las urbes y al sector rural para compartir acontecimientos memorables, altamente creativos y cualificados. El gran reto de hoy -de las ciudades del siglo XXI- es que están llamadas a mostrar su singularidad. Alejarse de los modelos comunicativos representados en afiches o campañas publicitarias de redes sociales, sin sustento en el territorio.
Es hora de huir de la publicidad insípida. Todo bajo la línea de acción pública para cuidar las señalizaciones, las pantallas grandes donde se pasen audiovisuales, las luces con diseño, los itinerarios sorprendentes, los folletos que quieran conservar los habitantes y visitantes de las ciudades.
Éste es un vestido elegante para las capitales de los países. También para las ciudades intermedias. El turismo no puede seguir la tendencia de ser un turismo consumidor, sino una experiencia. No en vano, otro de los retos para los gobiernos es recuperar el espacio público.
El turismo es un asunto político que debe plantearse desde la democracia. No sólo desde la economía. En mi opinión, además, todos los ciudadanos y turistas deben respetar las normas cívicas de cada ciudad. Darle al turismo carta libre para que haga lo que se le dé la gana es una aberración. Es un insulto para cada ciudad.

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