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FOTO / Rubén Faustino Cabrera leyendo en TEA su microrrelato “La suma de todas las violencias”, incluido en el libro “¡Basta! Cien hombres contra la violencia de género”.

Rubén Faustino Cabrera es el autor de varios libros de Editorial Distal, de Editorial Bonsai, y sus cuentos figuran en seis antologías de América y España. Ha recibido premios y menciones por sus cuentos, entre ellos el sexto lugar, entre 6.660 obras, por “El último deseo”, en el Concurso Clarín de Cuentos, en 2008. Fue jurado en dos oportunidades de los Torneos Bonaerenses, en Literatura.

Tía María cumplía años y festejaba con un gran asado en su casa. Parientes, amigos y vecinos ocupaban su lugar en torno a varias mesas dispuestas a lo largo del quincho. Más allá, en la parrilla, El Abuelo se ocupaba de la carne, las achuras y los pollos, y su Nieto Senetiner lo ayudaba. La Victoria preparaba las ensaladas. -¡Por fin llegaste! -me saludó Tía María.
-¡Feliz cumpleaños! ¿Cuántos son?
-¡Setenta! ¡Cosecha 1949!
Todos los invitados me recibieron al grito de “¡Salud!”. Un sector de las mesas era ocupado por Los Quiroga. Los 8 Hermanos de Tía María ocupaban otro sector. Y en el resto de los lugares se habían acomodado Tío Paco, Bianchi, Graffigna, el Viejo Tomba, Orfila, Torito, Navarro Correas, Don Valentín, Padilla, Luigi Bosca, Don Nicanor, Etchart, Flichman, Lucas Bols, Michel Torino, El Vasquito, Felipe Rutini, Legui, Peters y los Fratelli Branca, quienes a pesar de los años que llevaban en el país, todavía se autodenominaban “fratelli” en vez de “hermanos”.
-Tomate un tinto -me dijo López alcanzándome un vaso servido con generosidad.
-¿No hay soda? -pregunté.
Todas las miradas se clavaron en mí, como queriendo fulminarme. Se hizo un silencio que se podía cortar con el cuchillo que blandía El Abuelo, apuntándome.
-Que Santa Ana, Santa Silvia, Santa Mónica, Santa Isabel, Santa Julia, San Telmo, San Huberto, San Felipe y todos los demás santos te perdonen -me dijo Tía María.
-Y San Patricio, ya que estamos -agregó El Abuelo.
-Es que… es que los chorizos están largando jugo y se puede prender… ¡se puede prender fuego el asado! ¡Para eso es la soda! -mentí mientras le buscaba el fondo al vaso de vino a la voz de “Salud!”.
Todos suspiraron aliviados y, por suerte, pudimos seguir teniendo la fiesta en paz.

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